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El equilibrio financiero y su lógica

La noción de equilibrio financiero está relacionada con la configuración del patrimonio, y con su correspondiente estructura de flujos.

Como sabemos, el patrimonio de la empresa está formado por múltiples elementos, que se eligen atendiendo a ciertas exigencias técnicas y condicionantes económico-financieros. Por ejemplo, suele requerirse un espacio físico para desarrollar la actividad: si vamos a operar un pequeño negocio de comercio electrónico con un inventario mínimo, bastará un pequeño local mínimamente acondicionado, pero una actividad industrial necesita unas instalaciones amplias y específicas. Estos condicionantes son de tipo técnico y establecen requerimientos mínimos. No impiden, por ejemplo, que su negocio de Internet esté ubicado en una gran nave industrial o en un local privilegiado en el centro de una gran ciudad. Aquí entran en juego los condicionantes financieros: una nave o un local céntrico requieren mayor inversión y no estarían justificados a menos que logre una facturación suficientemente grande.

De manera similar, el activo de la empresa está condicionado por su capacidad para financiarse. No podemos obtener cantidades ilimitadas de financiación, de manera que debemos seleccionar y priorizar las inversiones. Además, es preciso considerar las ventajas relativas de cada fuente: los recursos propios ofrecen mayor estabilidad financiera (no son reintegrables) pero también ocasionan mayores costes financieros; muchas formas de financiación ajena, como los préstamos, suelen ser más baratas, pero su uso incrementa el riesgo de insolvencia.

Los distintos elementos que configuran las inversiones y la financiación están relacionados por una lógica financiera, que debe ser respetada para garantizar que la empresa sobrevive y puede mantener su actividad sin interrupciones. Esta lógica nos dice, por ejemplo, que ni usted ni una empresa deberían tener deudas superiores al valor de sus activos - en caso contrario son indudable e irreversiblemente insolventes -; también nos dice que los flujos de entrada (cobros) deben ser en promedio superiores a los de salida (pagos); y que debe mantener un inventario superior a las ventas previstas, a menos que su modelo de negocio se base en ventas sobre pedido.

Esta lógica financiera se materializa en la noción de equilibrio financiero: la situación en la que la empresa es capaz de atender puntualmente sus compromisos de pago, gracias a una estructura patrimonial ordenada que permite generar flujos positivos de manera sostenida en el tiempo. Es una idea sencilla, pero requiere bastantes matizaciones.

Un equilibrio (general) basado en muchos equilibrios (locales)

La condición esencial de solvencia es que, en cada momento, la tesorería sea superior a los compromisos de pago. No parece una exigencia particularmente compleja hasta que se intenta llevar a la práctica.

Una amplia mayoría de las operaciones causa, antes o después, flujos de tesorería. Considere los pagos a proveedores: para poder atender estos compromisos debemos disponer de tesorería, la cual procede de los cobros de clientes; estos cobros tienen su origen en ventas de productos, que usualmente salen de nuestro almacén; si desarrollamos una actividad productiva, esos productos son el resultado de un conjunto de transformaciones más o menos secuenciales, efectuadas a partir de materias primas; estos recursos, así como los consumos complementarios (energía, etc.), son adquiridos a proveedores, que atenderán nuestros pedidos solo en la medida en que seamos solventes.

Brevemente, pagar a los proveedores exige haber completado ordenadamente todas las tareas anteriores; los retrasos, ineficiencias o interrupciones pueden afectar severamente a la solvencia. Es posible que podamos superar un desabastecimiento puntual o una caída de las ventas, pero no son situaciones sostenibles a medio y largo plazo.

En este sentido, el equilibrio financiero debe interpretarse como un conjunto de múltiples equilibrios internos, relativos a diferentes áreas relacionadas. Requiere una gestión racional de los inventarios, una política de crédito que minimice los impagos y morosidades, un modelo comercial que agilice las ventas, programas y tecnologías productivas que aseguren una actividad regular y fluida, etc.

Estas relaciones se examinan mediante diversas técnicas, que en conjunto reciben la denominación genérica de análisis financiero. Los objetivos son esencialmente dos: diagnosticar la empresa, evaluando sus equilibrios (en definitiva, su solvencia), y medir la rentabilidad de los capitales invertidos.