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El empresario

La noción de empresario surge a lo largo del siglo XVIII como una evolución del binomio clásico artesano-propietario motivada por los cambios en la organización empresarial.

A medida que surgían unidades económicas más grandes y complejas, algunas de las funciones propias de ese binomio empezaron a desgajarse; al mismo tiempo los referentes personales empezaron a hacerse menos claros. Los artesanos y comerciantes clásicos llevaban personalmente todo el peso del negocio: aportaban el capital (sin perjuicio de emplear también deuda) y asumían el riesgo financiero, gestionaban directamente todas sus operaciones, tomaban las decisiones principales y se apropiaban del resultado.

Pero estas funciones no estaban tan claras en otras empresas. En algunos casos el propietario ejercía las funciones últimas de gestión, pero las actividades diarias estaban a cargo de agentes que actuaban en su nombre. En las sociedades, el reparto de roles era todavía más complejo: había dos o más socios, algunos de los cuales se comportaban como meros capitalistas (aportaban fondos pero no participaban en los roles creativos), otros participaban en el día a día del negocio, pero todos ellos asumían una responsabilidad financiera limitada porque la empresa tenía una personalidad jurídica propia.

Estos cambios planteaban la necesidad de identificar al "responsable de la empresa", que es la persona a la que denominamos genéricamente "empresario".

Como señala Fernández Pirla, "... a la pregunta de quién es el empresario obtendremos variadas respuestas (...) En unos casos es el Conseio de Administración el que imprime su carácter a la empresa; en otros casos, la dirección de la empresa y el riesgo de su gestión son asumidos por una persona, el empresario individual; en otros, es el propio capitalista el que la impulsa porque los directivos están sometidos a sus dictados".

La casuística es extremadamente heterogéna. Con frecuencia los socios de las pymes participan en la gestión diaria o tienen al menos una cierta implicación personal en el negocio. En las sociedades de mayor tamaño el tipo predominante es el de socio capitalista: alguien que aporta una parte de la financiación propia pero no tiene absolutamente ninguna implicación en la gestión de la empresa, salvo en lo que respecta a ciertas decisiones excepcionales que la ley reserva a la Junta de Accionistas (cambios estatutarios, designación y revocación de directivos, distribución de beneficios, y poco más); los accionistas que poseen participaciones significativas pueden tener presencia en el Consejo de Administración, bien personalmente o bien a través de terceros que los representan.

En lo que respecta a los roles personales, algunas sociedades están histórica y funcionalmente ancladas a una persona en particular, quizá porque fue su creadora o porque les imprimió parte de su carácter (considere el caso de Apple o Microsoft); otras son controladas por grupos familiares, sin perjuicio de que posean centenares o miles de accionistas y estén cotizadas en Bolsa (Banco Santander puede ser un ejemplo de ello); en las sociedades públicas solo suele existir una motivación fundada en los intereses colectivos y el bienestar de la sociedad (ésta aporta la financiación y asume el riesgo); también son muchos los casos en los que el poder real de control y decisión de los propietarios es virtualmente nulo, por ejemplo porque el accionariado está muy fragmentado. En todas ellas la noción clásica de "empresario" está en mayor o menor medida desdibujada, y sus roles aparecen distribuidos entre diferentes grupos y agentes.

Las funciones del empresario

El empresario desempeña tres funciones principales: dirige la empresa, asume el riesgo financiero (a cambio de una compensación), e impulsa el negocio, actuando como factor de creatividad e innovación. De ellas se derivan algunas otras: asumir el riesgo implica por una parte capacidad para pronosticar, autoridad para decidir y habilidad para poner en práctica esas decisiones, coordinando y organizando los recursos disponibles; también implica la expectativa de obtener una compensación, que sin entrar por ahora en detalles, identificamos con el beneficio. En tanto que coordinador de recursos, el empresario es un nodo dentro de una red de relaciones que estructura internamente a la empresa y la vincula con su entorno.

Las funciones básicas del empresario
Carlos Piñeiro Sánchez (CC BY-NC-SA)

Dependiendo de cómo estén distribuidos estos roles entre los distintos agentes implicados en la empresa se generan diferentes perfiles subjetivos para el empresario, que pueden encuadrarse en alguna de las dos siguientes categorías: el empresario-control y el empresario-riesgo.

  • El empresario-control enfatiza sus funciones como organizador de la actividad de la empresa: el empresario define la visión del negocio y el plan estratégico, busca y selecciona los recursos necesarios para producir los bienes y servicios, programa y coordina las actividades correspondientes, fija los respectivos objetivos y controla su cumplimiento.
  • El empresario como gestor de riesgos. El empresario asume ante la sociedad la responsabilidad de producir los bienes y servicios prometidos, en condiciones satisfactorias de calidad, cantidad y precio; las actividades que se han de desarrollar para ello están sometidas a indeterminaciones, en el sentido de que no son perfectamente controlables, de manera que una función empresarial básica es la asunción de riesgos. No es simplemente que el empresario deba asumir eventualidades imprevistas: entre sus responsabilidades está la planificación de las actividades, la búsqueda de tecnologías y/o procedimientos más eficientes, el desarrollo de nuevos productos y servicios, la implantación de nuevos métodos de trabajo y organizativos, y de manera general la identificación de oportunidades para mejorar la eficiencia o la eficacia de las funciones productivas. Esta faceta como innovador o impulsor del cambio es una condición necesaria para sobrevivir a las indeterminaciones ya citadas.
Las funciones del empresario
Carlos Piñeiro Sánchez (CC BY-NC-SA)

Actualmente la noción de empresario ha vuelto a identificarse con la de emprendedor. El origen etimológico de esta palabra es la voz latina prendere (que tiene varias acepciones centradas en torno a las ideas de poseer, coger o agarrar) pero su sentido financiero aparece claramente relacionado con el término francés entrepeneur, que empezó a utilizarse en el siglo XVI en referencia a quienes se entregaban aventuras inciertas y arriesgadas (es una época de descubrimientos y viajes en la que el mundo se ensancha repentinamente para los europeos); con el paso del tiempo pasó a describir también describir la voluntad de superación de lo desconocido (o la ruptura con lo convencional), y es aquí donde adquiere su sentido empresarial. Al menos en España el término cayó largamente en desuso hasta los últimos años de la década de 2000, cuando fue recuperado con un marcado matiz ideológico (la "épica de la aventura" implícita en la etimología francesa es un elemento nuclear en el ideario neoliberal).

Una consecuencia de todo ello es que la acepción dominante de empresario tiende a enfatizar los roles relacionados con la creatividad, la innovación y la flexibilidad. Al margen de los factores ideológicos que puedan (o no) existir, esta nueva perspectiva también parece compatible con algunos cambios recientes en el entorno empresarial, en particular con las características distintivas que parecen definir a las empresas que convencionalmente denominamos "exitosas".

Desde la postguerra, y durante décadas, el factor esencial que determinaba la competitividad empresarial era la dimensión, de la cual se derivaban las ventajas en costes (economías de escala) y el dominio de los mercados; las grandes empresas tenían acceso a más y mejor financiación, ocupaban la mayoría del "espacio" disponible para la publicidad y lideraban el esfuerzo de innovación. Pero en una buena parte de los sectores esta situación ha cambiado y vemos cómo pequeñas empresas no solo ocupan nichos protegidos, sino que consiguen reducir significativamente la cuota de mercado incluso en sectores protegidos por barreras de entrada teóricamente insalvables, como las telecomunicaciones o los servicios financieros. La característica distintiva de estas empresas es la innovación, la habilidad para descbrir oportunidades y desarrollar nuevos productos de forma rápida y eficiente - consumiendo menos recursos, y en menos tiempo que una gran corporación -. En ellas el empresario es la res cogitans, el creador de ideas, el impulsor de proyectos, la persona que gestiona una maraña de relaciones con entidades financieras, canales, clientes y servicios externalizados.

Nuestra idea actual de empresario combina algunos matices del empresario-riesgo (como el rol innovador) y funciones propias del empresario-control (planificación, organización de recursos, dirección, etc.); los roles financieros se han redefinido, y el empresario no es quien aporta los fondos, sino quien es capaz de obtenerlos gestionando las relaciones con los mercados y los inversores institucionales Por ello, probablemente no tendrá reparos en definir a Elon Musk como el "empresario" en Tesla, a pesar de que su participación se sitúa en torno al 25% de las acciones.

En su opinión, ¿quién se aproximaba más a la figura de "empresario" en la originaria Apple? ¿Steve Jobs, con sus habilidades comunicativas y la capacidad que se le atribuía para identificar oportunidades, o Stephen Wozniak, que aportaba el talento técnico?